27 dic 2011

Modelos sociales

A propósito del Islam, y sobre los acontecimientos en medio oriente que durante los últimos 10 años se han dado por diferentes personajes de Estados Unidos e Irán, Irak entre otros países, es importante hacer notar que se ha pasado por alto el aspecto cultural y filosófico quedando así el político y social como él que define a una cultura que muchos siglos atrás fue gestándose en una filosofía particularmente ascética y muy distante de los conflictos que a los grupos extremistas (como así los han llamado los “medios de comunicación”) ha servido de justificante para las acciones bélicas de reciente manufactura. Esta Filosofía de la que hablo y que fue expuesta en su momento por Ibn Sîna (Avicena) e Ibn Rushd (Averroes) grandes pensadores orientales y que dieron a la Filosofía occidental un toque de espiritualidad y misticismo al pensamiento filosófico occidental, que en ese tiempo dominaba gran parte de Europa por las conquistas de los cesares romanos, surgió un pensador, místico, renombrado catedrático y ulema[1] Abû  Hâmid Muhammad al-Ghazâlî (1058-1111 d.C.) nació y murió en Tus, actual Irán, entre sus múltiples escritos se encuentra Ayyuhâ’l-walad (Carta al discípulo) que es un escrito de alta envergadura para el sufí[2] después del Corán. En el Al-Ghazâlî expresa lo que el discípulo debe vivir para llegar a una experiencia mística elevada, por medio de la practica moral y ascética, olvidándose del mundo y hasta del interés propio. Al-Ghazâlî explica cuatro puntos esenciales de lo que se debe evitar que serán menester de la reflexión[3]:
1.       Lo primero a evitar es que, en la medida de lo posible, no discutas con nadie por ningún asunto hay en ello mucho de dañino y su perjuicio es mayor que su provecho. […]Claro que si el objetivo de la discusión es hacer que reluzca la verdad en lugar de quedar perdida, entonces está permitido discutir con las dos condiciones siguientes: primero, no establezcas ninguna diferencia si la verdad en cuestión ha sido expresada por ti o por otra persona, y segundo, que la discusión en privado te resulte preferible a la discusión en público.
2.       Lo segundo a evitar consiste en cuidarte de ser un sermoneador y predicador, pues hay en ello mucho de dañino, a menos que primero actúes según lo que dices y luego prediques a los demás según lo que haces.
3.       Lo tercero a evitar consiste en no mezclarte con príncipes y gobernantes, y en no verlos, pues en el verlos, y en sentarse en su compañía y en mezclarse con ellos hay un enorme daño. Si, no obstante, eres sometido a esta prueba, abstente de elogiarlos y celebrarlos.
4.       Lo cuarto a evitar en no aceptar ninguno de los dones de los príncipes, ni sus regalos, ni aunque supieras que se trata de algo lícito, pues esperar cosas de ellos corrompe la religión. En efecto, esto engendra adulación, parcialidad hacia ellos y aprobación de sus injusticias, y todo esto es corrupción de la religión.
 Partiendo de estos puntos del lejano, muy lejano oriente y de mucho tiempo atrás la pregunta es ¿hacia donde vamos como personas?, ¿hacia que seguimos caminando? ¿Es actual el texto de Al-Ghazâlî? Vaya que si hacemos una reflexión particular y personal seguramente terminaría en una nausea Sartriana o un existencialismo Kierkegaardiano al ver la dependencia que hay por los modelos presentados a seguir en la actualidad que cuales perros pavlovianos se saliva al oír las campanas.
Se evita en lo posible la parcialidad, pero lo que se ve no se juzga, y al ver el impresionante numero de veces que se ve el video de Justin Bieber en You Tube (677,445,067) contra el número de veces que se ha visto el Réquiem de Mozart (1,178,869), o los anuncios de una tienda de artículos de lujo en donde “Soy totalmente palacio” o “Es parte de mi vida”, urge una respuesta que haga retornar a la persona al principio supremo de su existencia (fenomenología personalista Wojtiliana) evitar en lo posible aquello que es perecedero o si no es posible evitarlo al menos tener el espíritu crítico para no dejarse llevar por estereotipos dañinos sino por un sentido común abierto a preguntar y seguir preguntando.
¿Que se debe hacer? ¿Qué es posible hacer? Descubrirse así mismo, encontrarse con el yo personal e intransferible y partir de un llamado único y específico (Vocación) salir de los cómodos pelos del conejo y asomarse a descubrir al “mago” y partiendo de ese conocimiento, formular un pensamiento propio, con sentido común y crítico (no criticón) para así poder llegar a lo que por naturaleza se desea: paz, armonía y tranquilidad en el entorno social donde se vive.

¡Subhâna ‘Llâhi ‘l-‘Azîm!
Alejandro Gonzzali





[1] Doctor de la ley islámica, estudioso del Corán y la tradición
[2] En el sufismo denomina como sufí a quien ocupa el más alto grado de realización espiritual en el camino iniciático del Islam
[3] Al-Ghazâlî, Carta al discípulo, Col. Los pequeños libros de la sabiduría, Editor Jose J. de Olañeda, España, 2006.

17 dic 2011

Ayer

Ayer sabía que mis fantasmas
rondarían mis temores.

Ayer la esperanza parecía ahogarse
en un mar de lágrimas.

Ayer nos sobraban los motivos
para suspirar por un utópico amor.

Hoy, solo por un instante,
por un pequeño instante,
apareces tu,
con el alma abatida
y el corazón en la mano.

¿Qué se pretende bella Mariana?
No lo sé. Supongamos que así debe ser,
toma mi mano y caminemos...

4 dic 2011

Una buena reflexión

El hombre no vive unicamente su vida personal como individuo, pues también, consciente o inconscientemente, participa de la de su época y de la de sus contemporáneos. [...] El individuo puede idear toda clase de objetivos personales. de fines, de esperanzas, de perspectivas, de los cuales saca un impulso para los grandes esfuerzos de su actividad; pero cuando lo impersonal que le rodea, cuando la época misma, a pesar de su agitación, está falta de objetivos y de esperanzas, cuando se revela secretamente desesperada, desorientada y sin salida, cuando a la pregunta planteada, consciente o inconscientemente, pero al fin planteada de alguna manera, sobre el sentido supremo del más allá de lo personal y lo incondicionado, de todo esfuerzo y de toda actividad, se responde con el silencio del vacio, este estado de cosas paralizará justamente los esfuerzos de un carácter recto, y esta influencia, más allá del alma y de la moral, se extenderá hasta la parte física y orgánica del individuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo considerable que rebase la medida de lo que comúnmente se practica, sin que la época pueda dar una contestación satisfactoria a la pregunta "¿para qué?", es preciso un aislamiento y una pureza moral que son raros y una naturaleza heroica o de vitalidad particularmente robusta.

Thomas Mann, La montaña mágica